Las pampas y montes de Santa Cruz son tierra de tajibos, por lo que decir que Santa Cruz es un Tajibal no es una exageración; viajar por los caminos polvorientos en los meses de julio, agosto hasta entrado el mes de octubre es sucumbir a la tentación de detener el andar, para sacar una fotografía a los tajibos y tajibales en flor. Entre el invierno y primavera florece por estas latitudes un árbol imposible que se prodiga de ser un luchador contra los incendios, lo podemos ver en los montes y pampas y de vez en cuando en las calles de los pueblos como San Ignacio de Velasco, Concepcion o la benemérita Roboré. Es el árbol cuyo nombre científico es “Handroanthus o Tabebuia”, más conocido como tajibo, que dependiendo de sus distintas especies puede recibir nombres como Handroanthus heptaphyllus, Handroanthus serratifolius o Tabebuia aurea, Tabebuia insignis, con sus brillantes colores desde el rosado, lila, pasando por el amarillo y el blanco inmaculado.
Justo en esta época el árbol se presenta sin hojas, solo ramas oscuras sosteniendo delicadas y luminosas flores, que iluminan esas pampas calcinadas por el sol o el fuego. Ese es su secreto: las flores estallan antes de que el follaje brote para enmarañarlo todo y parece renacer cual ave fénix de las cenizas, dando la esperanza que pronto llegarán las lluvias y todo volverá a ser verde y el bosque empezará un nuevo ciclo de resiliencia contra el fuego y las acciones antrópicas.
El Tabebuia aurea llamado “Para Todo” crece en las pampas y sabanas y tan orgulloso está de sí mismo que florece dos veces al año, aunque, eso sí, siempre adelantándose a que broten sus hojas que confundirían el fastuoso espectáculo visual. Los tajibales se prodigan en los montes, pampas, sabana y el pantanal y se puede encontrar también en otros países americanos como Argentina, Brasil, Paraguay. Todas las poblaciones nativas nombran esta variedad con una palabra que significa “Para Todo”. ¿Será un raro placebo estético? Pues no. Como en buena parte de los medicamentos que la industria farmacéutica pone en circulación, los principios inmediatos proceden directamente de la biodiversidad natural. Los nativos ya sabían que el tajibo amarillo contiene sustancias con potentes propiedades antiinflamatorias y antihemorrágicas.
La madera del tajibo, puede ser su maldición, madera incorruptible codiciada como el oro por las urbes, aún no está en peligro de extinción, pero la creciente demanda por su excelente madera no para de crecer, promoviendo la exploración en busca de los mejores ejemplares para ser tumbados en pocos minutos sin piedad por la naturaleza que tardó decenas de años en formar tan majestuoso árbol.
La arborización con tajibos, jacaranda, la noble mara, el exótico toborochi y el imponente gallito, empezó en la década de los años 60 del siglo pasado, con ayuda de la sociedad civil y la supervisión del profesor Noel Kempff Mercado y el ingeniero Antonio Banegas Brow, planificando colocar cada especie en las distintas calles y avenidas de la naciente urbe metropolitana que se proyectaba ser Santa Cruz de la Sierra, buscando tener armonía entre formas y colores de cada especie, es así que hoy en día gozamos de la belleza de los tajibos y transformando la urbe en un inmenso “TAJIBAL”.
Darío Melgar es gerente de Buenas Prácticas Agropecuarias, Fundación Amigos de la Naturaleza.*
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